De entre toda la literatura que distribuimos en China, uno de los materiales más solicitados son los cancioneros. El más popular es “Canciones de Canaan”. Este cancionero aumenta continuamente, ya lo forman cerca de 1.000 canciones. Una tras otra han sido escritas y compuestas por una joven campesina, Xiao Min. Parece increíble, pero la hermana Xiao no sabe ni leer ni escribir música. Sus únicas herramientas son una simple grabadora y un pequeño cuaderno de notas. Verdaderamente es una mujer muy especial. Un equipo de Puertas Abiertas tuvo el privilegio de conocerla en persona.
Empecé a escribir canciones en 1990, era cristiana desde hacía 15 meses y comencé sirviendo en una iglesia-casa. Las canciones venían a mi mente mientras oraba o cuando escuchaba las predicaciones. Cuando el Espíritu Santo tocaba mi corazón, la letra y la melodía me venían juntas.
Cantando en las celdas
Las canciones de la
Esa primera vez, asistía a una reunión de más de cien colaboradores cuando todos fuimos arrestados. Una de las primeras preguntas que se pasaron por mi mente fue si mi familia, que no era creyente, me aceptarían de nuevo tras ser liberada. Dios me regaló la canción nº 50, sobre fortalecernos unos a otros. Durante los siguientes siete días que estuvimos detenidos, Dios me dio una canción cada día. Al principio estuvimos divididos en dos celdas contiguas, así que podíamos cantar juntos y animarnos unos a otros. Después nos separaron a diferentes alas del edificio, así que la otra celda no pudo aprender las nuevas canciones que Dios me daba. Pero tuvimos una idea. Diariamente teníamos dos tiempos de recreo fuera de nuestras celdas, así que un día aprovechamos uno de esos tiempos para que una hermana de mi celda se cambiase en secreto con otra de la otra celda.
Los guardias no se dieron cuenta porque simplemente contaban por cabezas. La hermana que fue ala otra celda pudo enseñar las nuevas canciones al otro grupo, así que continuamos cantando en voz alta. Esto enfadó a los carceleros que nos decían:¡No se puede cantar en la celda! ¡Iros a cantar a vuestra casa! Durante uno de los días en los que nos sentíamos bastante desanimadas, Dios nos dio una canción sobre la tierra yerma que se convierte en tierra fértil, y nos llenó de esperanza.
La cárcel estaba masificada. Una vez, una de las presas me pidió que me sentara junto a ella y le cantase. Era una criminal, así que no puse ninguna objeción. Decidí cantarle la canción nº 25 titulada "Mi Canción". Mientras yo cantaba aquella mujer me miraba extrañada. La canción hablaba de cosas que ella había vivido y estaba impresionada porque yo las sabía, por supuesto, era Dios que le estaba hablando.
En uno de esos siete días, el director vino a visitarnos. Estaba sorprendido de ver a tanta gente joven entre los prisioneros cristianos. No le hizo mucha gracia, pensaba que la mayoría de los cristianos serían gente anciana. Dos de las arrestadas eran la esposa y la hija de un juez local. Tan pronto como esto se supo fueron puestas en libertad. En vez de irse a su casa, se fueron a otro lugar y comenzaron a predicar a Cristo. Después de siete días, el resto fuimos liberados y enviados a los centros de detención de nuestras ciudades.
Ya he estado en prisión dos veces. La segunda vez duró unos dos meses, durante los cuales Dios me dio otras canciones. Aprendí que, como cristianos, debemos influir en otros y no ser influenciados por ellos. También me di cuenta que la mano protectora de Dios está sobre nosotros siempre.
Por los misioneros en áreas difíciles
El Señor me llevó hasta los misioneros que estaban trabajando entre las minorías chinas de las montañas. En estas solitarias y subdesarrolladas áreas, los pocos misioneros que habían respondido a la llamada de Dios para llevar su Buena Nueva, no tenían una casa fija y constantemente se trasladaban de pueblo en pueblo. Aparte de experimentar el hambre a causa de la falta de apoyo, tenían que enfrentarse a amenazas de muerte de los campesinos.
Muchos de los misioneros dormían a la intemperie, porque no eran bien recibidos. Bajo semejantes circunstancias, muchos se muestran desanimados después de su lucha y no ver demasiados frutos. Muchos renuncian porque no pueden con ello.
Para animar a estos misioneros, el Señor me dio una canción (la nº 676), sobre no descansar hasta haber subido 7.777 montañas y cruzado 7.777 ríos para alcanzar a aquellos que son físicamente duros de alcanzar. Dios quiso recordarles que les había dado una visión, así que deberían seguir intentándolo hasta que aquellas poblaciones minoritarias hubiesen oído las Buenas Noticias.
Tomado de http://www.puertasabiertas.org/content/revista46.pdf